No juzgues el día hasta que se termine
Amanece con pinta de querer llover, se forman remolinos de polvo en la calle movidos por el fuerte aire de hoy. Mi idea es bajar a Merzouga, que está bastante cerca, llegando a media tarde, pero lo haré por una carretera que va directa sin pasar por Rissani, esperando que algún tramo siga siendo pista pero la realidad es que está casi todo el asfalto puesto. Me encontré con los obreros en faena a medio camino y ya me contaron que la intención es terminarla en los próximos dos meses. Aunque el tiempo está muy revuelto, estoy cerca de Merzouga y dispongo mucho tiempo para entretenerme, con lo que me salgo de la carretera y decido y campo a través, mucho más divertido.
El desierto que rodea las dunas de Erg Chebbi en Merzouga se compone de tierra y piedras negras. Es fácil de rodar pero hay que tener cuidado con los surcos que ha ido haciendo la lluvia, es fácil confiarse, rodar a velocidades altas, encontrarse un reguero y que la moto rebote con la rueda trasera tan alto que podamos caernos.
Se hace muy gracioso esta conducción con este clima tan feo, me sopla tanto de costado que la rueda trasera va a haciendo su propia huella paralela a la que deja la delantera, es como si cada rueda se manejara independiente de la otra solo que atrás no hay manillar, hay que jugar con los pesos de la moto para controlarlo. Como me lo estoy pasando genial en estas circunstancias, decido hacer unos videos con trípode pero no cuento con que el viento es demasiado fuerte y mi trípode es demasiado ligero. El resultado fue que la cámara de fotos calló contra el suelo a una altura de metro y medio encendida. En ese momento intenté plegar la cámara pero se había colado mucha arenilla dentro de los mecanismos de cierre y se quedó abierta. Ese fue el último movimiento eléctrico que hizo, algún sensor quedó tocado y ahora mismo lo que tenía era un pisapapeles caro. Después de este accidente no me quedaron ganas de seguir haciendo la cabra y marché directo al riad de un amigo que hice en el viaje anterior. Espero que no lo tenga lleno porque, como quería darle una sorpresa, no le he avisado de mi llegada.
Según me vio, Ibraim, ya sabía quién era, nos dimos un fuerte abrazo y pasamos dentro a ponernos al día con té.
Ya por la noche la cámara parece que consigue reaccionar, ha quedado inutilizado el zoom y dentro, en la zona del sensor, se ve como si una pieza no encontrara su lugar y tapa parte de la foto. Ibraim me invita a cenar a casa de un amigo suyo que está de celebración, acaba de ser papá. La fiesta grande se hizo en el día y la cena solo es para los más allegados y, por descontado, que para mí es un honor entrar en ese círculo. No es la primera vez que me invitan a comer en Marruecos como un amigo de la familia así que ya estoy familiarizado con el protocolo, está claro que soy extranjero pero me integro bien con el pueblo berebere. Curiosamente, a pesar de ir con mi amigo Ibraim, que habla español, nos sentamos en lados opuestos de la habitación, pero esto no fue un problema pues no hizo falta que me hiciera de traductor en casi ningún momento, no me cansaré de repetir que si dos personas quieren entenderse sin poder hablar el mismo idioma, al final lo consiguen. Me encanta ver cómo funcionan estas familias desde dentro, todos participan de alguna forma, unos hace el té, otros la comida, otros pasan la bandeja de alimentos, pero el anfitrión es el que más trabaja, pendiente de que todos estén a gusto de lo que falta, de que está por venir o cualquier otro menester. Me lo pasé genial.
Lo más curios de la noche me pareció como preparaban los kebab. La definición de kebab es: cualquier carne con o sin verdura que se inserte por un pincho o lanza, es decir, para los españoles es lo mismo que un pincho moruno. Es por esto que los establecimientos llamados kebabs, deben su nombre al sistema de preparación de la comida, pues cocinan la carne en una lanza grande. Los kebabs que preparaban en esta cena se componían de cachitos de hígado de cordero envueltos en una especie de gasa blanca. Esta gasa realmente era grasa que se guarda en la nevera en forma de pelota y que luego se va cortando en cachitos pequeños para que cuando se pongan al fuego les de ese toque tan rico que tienen estos kebab que degusté. Es tan laborioso que no sé si se llegará a comercializar en restaurantes, pero doy fe que está para chuparse los dedos, y no solo por comer sin cubiertos.
Otro día en el paraíso
Al día siguiente amanece soleado, con una temperatura perfecta. Me como todo el abundante y exquisito desayuno que me han preparado y me voy a dar una vuelta con la moto sin intención de ir a ningún sitio, solamente quiero aprovechar el día con un paseo. Rodar con una moto de casi 200 kg por las dunas es complicado, más aún para mi novata experiencia en este campo. Cogerle el tranquillo se traduce en confianza y el exceso de confianza te puede traer algún susto. Aunque le he bajado mucho la presión a los neumáticos dejándola hasta 0,5 bares en las dos ruedas, siguen pareciendo globos en la arena, pero me da miedo de seguir bajando y que pueda destalonarlas. Pararse en una duna se traduce en hundirse al instante, es peor que caminar por la playa, esta arena es más fina y el mismo peso corporal de una persona es suficiente para tener la arena a la altura del tobillo permanentemente.
A media tarde, estando yo de vuelta en el riad, aparcaron frente al riad unos españoles con motos de enduro, un momento ideal para entablar una conversación en castellano que mejoró al final, pues me invitaron a comer. En cuento se fueron el día comenzó a tornarse gris con intención de llover y por la noche así lo hizo finalmente.
Cuando empezaba a chispear aparecieron, por el riad, Emma y Lluis, una pareja de palmesanos que en vez de irse a Cancún, Praga, Venecia u otro destino típico de luna de miel, decidieron bajarse a Marruecos para vivir una aventura con su Defender bien preparado para la batalla. Que buena gente, simpáticos a más no poder. Como no cesábamos de darle a la sinhueso, decidimos cenar juntos allí mismo, para seguir contándonos batallitas, al refugio de la brutal tormenta. Ahora sí que llueve a lo bestia y con los truenos y rayos da yuyu salir a la calle. Me parece que mañana no saco la moto.
Los días pasan
Casi dos días lloviendo sin parar y a lo bestia, el suelo está tan blando que el pasar de los vehículos pesados va creando una piscina cada vez más profunda en la calle de tierra frente al riad. El día que asomó el sol por la mañana me puse en marcha con la intención de intentar seguir mi ruta haciendo una antigua pista militar que une Merzouga con Zagora. Ha llovido tanto que la gente local me desaconseja que siquiera lo intente, aquello será un barrizal. Decido cargar el equipaje, dar la vuelta a las dunas y en la parte más al sur acercarme a la pista militar, si está muy mal me subo de nuevo e improviso. Rodar por las dunas mojadas cambia bastante las sensaciones y sobre todo el control de la moto, la arena está compactada y apenas te hundes, es una pasada, incluso con el equipaje me atrevo con las dunas pequeñas. En una me envalentoné demasiado metiendo gas a tope, salí volando unos metros y aterricé en la blandita duna clavando la moto. Es una suerte que un chaval pasara cerca con su moto Docker y me ayudara a desenterrarla y bajarla de allí.
En las enormes llanuras que hay entre las dunas de Erg Chebbi y Argelia, estando todo el terreno mojado, no se puede conducir demasiado rápido, se vuelve un poco falso y se puede tener un susto, más posibilidades aun yendo cargado.
Por el camino me encuentro algunos nómadas que viven al otro lado de las dunas y al verme salen corriendo de sus jaimas para venderme algo que han fabricado ellos. Yo no pude evitar pararme frente a la jaima de unas niñas que bien reclamaron mi atención dejando unas grandes figuras en medio del camino. Cuando se acercaron me enseñaron todo el muestrario que tenían y al final consiguieron que me llevara una figurita muy cuca, eso sí, la niña no tenía esa naturaleza árabe negociadora que solemos ver en las medinas, no me rebajó ni un dírham en nada de lo que me enseñaba, pero Igualmente accedí a comprarle una figurita, era una chulada y por lo menos no viene a pedirme dinero sin más, como ya me ha pasado otras veces. Hacia el sur de Erg Chebbi hay una mina abandonada con su pueblo y todo. Nunca dejarán de sorprenderme como estas construcciones de adobe abandonadas, que me voy encontrando por todos lados, aguantan tan bien el paso del tiempo, carecen de ventanas, techos o puertas, pero los muros prevalecen al cambiante paisaje.
Seguí tonteando con las dunas hasta que me la piñé una segunda vez. Iba tan tranquilo y confiado que en una de las dunas, a llegar a la cresta, el otro lado estaba seccionado, como en una de media luna, y caí en picado un par de metros. Me costó unos segundos asimilar lo que había pasado. La moto había quedado encima de mí y yo estaba medio enterrado en la parte baja de la duna, supongo que no me pasó nada grave gracias a la maleta, que estando de plano sobre el terreno, evitó que la moto se hundiera más en la arena. Una vez me sacudí un poco comprobé la moto y aparentemente estaba todo bien, temía que del impacto de la rueda delantera, en la arena, se hubiera dañado la horquilla, pero todo estaba correcto.
El último obstáculo que tenía que pasar es un lago medio seco pero con cuidado de no caer en una zona blanda llegué a la carretera. Estaba un poco magullado, lleno de arena y la moto igual, no me apetecía continuar la carretera para encontrarme con un barrizal y tener que darme la vuelta con lo que decidí pasar una noche más en el riad de mi amigo y poder revisar la moto para dale mantenimiento.
Si quieres ver el trazado de esta ruta pulsa aquí.
1 Comentario
Juanjo
1/3/2017 00:54:04
Gracias por tu crónica. Estoy revisando tracks para cuando bajemos en mayo'17 y he acabado en tu web. Enhorabuena!!
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