Nuevamente me despido de mis amigos hasta la próxima, la intención de llevar todo el equipaje es no volver, al menos en este viaje. Voy a intentar hacer la pista que une las gargantas, me han dicho que es difícil con lluvia y pese a que ha llovido bastante estos días, si encuentro alguna dificultad importante me doy la vuelta y se acabó la problemática.
Garganta del Dadès
Bien conocida tengo ya esta garganta, en el otro viaje la recorrí de arriba abajo ida y vuelta, aunque solo por lo turístico. Intenté explorar más allá pero el tiempo se me echaba encima y se me haría de noche con lo que poco pude recorrer de lo menos turístico y más apartado. El ascenso hasta el mirador es tranquilo, una delicia para cualquier motorista, muchas curvas, cambios de rasante y una carretera que trepa por las rojas montañas serpenteándolas sin señales viales, arcenes o aceras para los viandantes. Una placer rodante con Lorenzo en su máximo esplendor. Pasado el mirador, la carretera cambia radicalmente, el asfalto está desmejorado, cuanto más avanzo más tramos largos de tierra me encuentro. Hay momento en que el asfalto deja de serlo y solo ruedo por resbaladiza gravilla. Los altos riscos no dejan ver el Oued Dadès y la montaña invade a veces la carretera. Es una pasada aunque no al gusto de todos pues en Marruecos está considerada una de las cinco carreteras más peligrosas y no es para menos, la R704 mide unos 125 km desde Boulmane hasta Agoudal y si le pones a un GPS que quieres la mejor ruta entre esas poblaciones, siempre te recomendará hacer los más de 140 km que las separan pasando por Tinerhir, es decir, la mejor opción es subir por la Garganta del Todra que tiene una carretera en mejores condiciones. Francamente, la parte turística es muy bonita, pero a mí me gusta más esta cara guerrera de la R704, pese a todos los peligros que tiene esta carretera, hay poco tráfico y se puede parar mucho a hacer fotos o a disfrutar de las espectaculares vistas que ofrece la garganta.
Otra vez la misma historia
Voy ganando altura rápidamente y me tengo que contener para no parar la moto cada cien metros a tomar alguna instantánea, lo único que me queda es disfrutarlo para mí, el que quiera ver fotos mejor que venga a verlo con sus ojos. El tiempo está cambiando por momentos, hace mucho frio y no es por la altura, estoy a poco más de 2000 msnm, es porque el cielo vuelve a ponerse oscuro, es momento de, una vez más, ponerse el chubasquero, no solo me protegerá del agua, también lo hará del frío. Ya sé lo que me espera pero tengo que avanzar, solo un diluvio conseguirá que desista esta vez. Lo peor de que llueva ya no es el mojarme, es que no puedo hacer fotos o vídeos, que no puedo parar en zonas de seguridad comprometida porque si apenas veo yo lo que tengo a unos metros delante de mí ¿como me van a ver los demás que circulan por esta peligrosa carretera? Las calles de las aldeas que voy encontrando a mi paso están tan embarradas que parecen caminos, los socavones crean charcos de fango, algunos son tan grandes que parecen estanques, pero lo más sorprendente es que mucha gente sigue yendo con chancletas por la calle.
El momento esperado
Por fin llego al inicio de la pisa que une las gargantas de Dadès y Todra. Comienza con bastante barro pero es normal, ha llovido de forma, más o menos, continua desde hace días. No dispongo de gran información sobre esta pista, solo lo que me ha dicho todo el mundo, que es difícil porque tiene mucha piedra y que con lluvia mejor no hacerla, bueno ya estoy aquí y ha dejado de llover un rato, hay que intentarlo. A medida que avanzo la pista se combina el barro con las rocas y piedras, hace bastante aire y cuesta llevar la moto recta por las precarias pistas que cruzan el río. Llego a un punto en que la pista desaparece y me pongo a buscar una alternativa. Subo, bajo, voy en una dirección, luego en otra, es imposible encontrar un camino, un sitio por el que seguir. No me puedo creer que la climatología haya arrasado la pista, también es verdad que no se por donde discurre esta pues en mi mapa no vienen detalles suficientes y empiezo a pensar que discurre gran parte por el ancho río cuyo nombre desconozco.
Llego a un punto muerto, no sé por dónde es, está chispeando, hay mucho viento y, a pesar de ser media tarde, está tan oscuro que parece que está anocheciendo. Es momento de desistir y buscar otra alternativa.
Desde mi privilegiada y elevada posición veo un grupo de motos, por como suenan reverberando entre las montañas tienen pinta de no ser marroquís, voy a ver si les doy alcance porque ellos van en dirección al punto por donde yo entré. Una vez les intercepto, resulta que son españoles, que gusto hablar con gente de la patria querida. Les pregunto que por donde han venido ya que no consigo encontrar la pista. Me responden que ellos tampoco, llevan dando vueltas una hora para ver por donde seguir pero el rio se ha llevado la pista y, aunque básicamente es seguir por el lecho del río, está muy complicado. Si ellos que van como motos ligeras y mochilas dicen que está complicado no sé dónde voy yo como voy. Me ofrecen ir con ellos bajando la Garganta del Dadès pero prefiero ir a mi ritmo, más lento, intentando aprovechar los momentos que llueva menos para sacar alguna foto.
Vuelta al punto de partida
Ahora sí que sí, ni tregua, ni leches, una fuerza mayor me lleva diciendo días que me vaya de aquí, que estoy siendo muy cabezón. Sé que con lluvia también se puede rodar pero, como he dicho muchas veces, no viajo para ir por carretera de un punto X a un punto Z, el camino es lo más importante, no el destino, parar mucho, hacer fotos, sentarse a ver el paisaje son las cosas que más me llaman de viajar, para trasladarme de un punto a otro prefiero el coche. En mi retorno por la carretera R704 me encuentro de nuevo con los españoles de antes y decido parar a charlar con ellos ahora que no estamos metidos en fregados. Son murcianos que se han pillado unos días para bajar a Marruecos a hacer un poco de off-road. Van mejor equipados que yo, no por llevar objetos más caros, sino por ser más adecuados para esto, como botas de caña alta o petos de motocrós, pero yo voy más cómodo con mi ropa. Me invitan al piscolabis que tiene entre manos, los productos ibéricos van cambiando de manos, combinándose con el tradicional pan árabe que dependiendo de la zona donde se compre estará más o menos rico y apetecible. La lluvia estuvo presente todo el tentempié, pero cuando cogió fuerza y ritmo fue el momento de levantar el campamento y ponerse en marcha de nuevo. Nos despedimos por segunda vez y ellos avanzaron a un ritmo más ligero que el mío.
El poder de la naturaleza
En mi anterior viaje a Marruecos, recuerdo que me llovió un par de días en los casi dos meses que pase por estas tierras, pese a que las fechas son las mismas, este viaje no tiene nada que ver en temas meteorológicos, creo que días completos de sol solo he tenido una semana de las casi tres que llevo aquí. La imagen de un Marruecos seco y soleado contrasta mucho con la de este país anegado por el agua, porque la infraestructura está tan poco desarrollada que con que llueva un poco ya se crea el caos en los pueblos o ciudades pequeñas, no te puedes fiar de los puentes inundados por los ríos, si tienes que cruzar un bache en la carretera no sabes hasta donde se va a hundir la rueda, si tienes que cruzar una charca no sabes lo que habrá debajo, el agua correo por las calles como si fueran ríos pues carecen de alcantarillado, es bastante desastroso.
Bajando por la carretera turística de la Garganta del Dadès me di cuenta del caos que origina el agua que siempre acaba encontrando un camino para seguir su curso. Hasta cuatro cortes en la carretera, por corrimientos del terreno, me encontré a mi retorno. En el primero, pasé sin muchas dificultades con mi moto porque solo era barro y piedras y la corriente de agua apenas llegaba al eje de la rueda. En el segundo, la situación era más grave, era el paso de un rio de piedras, no sé si es una obra humana o es así de naturaleza pero una pala excavadora tuvo que ponerse manos a la obra retirando cientos de kilos de piedras para que los vehículos pudieran pasar, yo casi me caigo porque las piedras de rio sueltas resbalan mucho y rodar por ellas es mucho peor que rodar por la arena de duna, aunque la sensación es parecida. En el tercer corte, un integrante de un grupo de Harley Davidson Electra Glide se atrevió a cruzar pero se calló y sus ocho amigos tuvieron que ir a ayudarle a levantar aquel monstruo de más de 400 kilos, un tramo que sin embargo a mí no me costó pasar a pesar de que yo lo hice por el lado que más barro y piedras llevaba. Una pena ver la Electra varada en el agua como un petrolero que encalla en un arrecife. En el cuarto corte pude pasar sin problemas, los servicios de limpieza ya estaban terminando y solo quedaba un poco de barro.
Fin de trayecto
Mis amigos me estaban esperando nuevamente, les pude llamar a medio camino de mi vuelta en cuanto pude coger algo de señal móvil. Me alegraba mucho de veles después del ajetreado día que he tenido. Mañana me lo voy a tomar de relax, no voy a mover la moto, estoy cansado de tanta lluvia, pero me apuesto un brazo a que mañana no va a llover, como yo no saco la moto seguro que hace sol todo el día. Es agradable tener un sitio al que volver cuando las cosas no están saliendo como deberían, Lahacen y Omar ya me tratan como de la familia, he podido ver zonas del hotel que están restringidas y solo el personal puede entrar, he conocido a la familia de Lahacen que viven detrás, en una casa pegada el hotel a la que se acceder por un pasillo trasero y, como no, hemos disfrutado de una gran charla bebiendo mucho té. Dicen que el té hace muchas cosas, vale para curar malestares y enfermedades o para prevenirlas, vale para curar la disfunción eréctil, para potenciar la lívido, para el dolor de estómago o cabeza… Yo no sé si todo esto será verdad pero lo que si me gusta mucho del té en Marruecos es que es la excusa perfecta para relacionarse entre las personas.
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